El ceño de Kort se frunció ante las elocuentes palabras de la anciana, en las que revelaba la naturaleza de ambos.
—¡¿Qué has visto en nosotros para descubrirlo?! —cuestionó él, con su voz violenta que rasgaba el aire y amenazaba hacer lo mismo con la piel.
—Ella no ha visto nada y tú, que puedes hacerlo, no lo haces. La mujer es ciega —repuso Kaím. Se sentó frente a ella, que arrancaba sin prisa unas legumbres de sus vainas—. La luna no ha salido aún, pero la estamos buscando en los ojos de una mujer.
—Conocí a uno como ustedes hace mucho tiempo, cuando estos ojos todavía servían. Nunca más volvieron a ver tanta belleza y no porque me quedara ciega —se carcajeó pesadamente y acabó tosiendo.
Su mano reseca reptó sobre la mesa hasta alcanzar un jarro con agua. Tras unos sorbos, sus labios húmedos parecieron recobrar su juventud solo por unos instantes.
—Era noble y bondadoso —agregó—. Nos salvó de otros que no lo eran tanto, pero sí muy ambiciosos. Hay de todo en los valles d