XIV Oráculo

En los aposentos reales, Eris miraba a Lud dormir en su cuna luego de cambiarle los vendajes. La piel verdosa por los menjunjes de Eladius le daba un aspecto inquietante, pero calmaban su dolor lo suficiente para permitirle descansar.

Sora llegó cargando una bandeja con alimentos para ella.

—Sora, querida. ¿Puedes cuidar de Lud mientras voy al templo? Necesito orar; la diosa Asta nunca ha fallado en iluminar mi entendimiento.

—¿No comerás antes?

Eris negó y salió deprisa.

Envuelta en una gruesa capa con capucha y escoltada por Kemp, llegó al templo. En el salón de la diosa dispuso ofrendas florales que perfumaron el altar frente al que se arrodilló.

Allí oró por un rayo de luz que le permitiera ver el camino en la absoluta oscuridad en que se hallaba. Eris había querido ser reina, regia soberana, poderosa y absoluta. Ahora que lo era, el peso sobre sus hombros amenazaba con aplastarla.

—Intenté gobernar con justicia y amor; construí caminos para que se asentara la paz, p
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