Nunca vio Gro unas manzanas tan rojas y fragantes, que solo de olerlas se hacía agua la boca. El mercado de la aldea de la manada Blanca era un lugar pequeño comparado con los bulliciosos mercados de Balardia, que él visitó algunas veces con su padre cuando todavía vivía y antes de perder la libertad. Quedaba tan poco de aquellos recuerdos que todo lo que ahora veía lo maravillaba.
—Llevaré veinte de estas y la misma cantidad de ciruelas —le indicó al vendedor, que fue llenando una bolsa de tela.
La carne asada con frutas era una de sus especialidades y al alfa le encantaba. Con la barriga llena, el buen humor del Liak fluía como el agua, así que su labor como cocinero era tan importante como la de un general o un consejero. No había sacerdotes como en Balardia, pero de haberlos, su importancia sería la misma.
Y todos lo sabían.
—Agregaré algunas frutas más, como un regalo para el alfa. Asegúrate de que lo sepa —pidió el vendedor, y Gro agradeció su generosidad con una inclinación de