Al compás de un gruñido gutural, casi animal, el cuerpo de Cristina se estremeció en un espasmo de placer, rindiéndose a la entrega final de Paolo mientras él liberaba su esencia ardiente en su interior.
Exhausta, se desplomó sobre la cama. Su pequeño cuerpo se hundió en el colchón, sus largas piernas aún temblaban y sus manos se aferraban a las sábanas en un intento por recuperar la calma.
Su piel, de una palidez nacarada, cubría un cuerpo delicado y completamente expuesto. Paolo la observó con una expresión seria; su mano recorrió con suavidad la cicatriz que marcaba la parte baja de su vientre. La levantó con cuidado, atrayendo su cuerpo menudo contra su pecho. El cabello húmedo y ligeramente ondulado se le pegaba a las mejillas sonrosadas, y sus ojos brillantes, ahora cerrados, le daban un aire aún más cautivador y vulnerable.
Se inclinó y depositó un beso cálido en su frente. Sus largos dedos se enredaron con suavidad en el cabello húmedo de la joven.
—Cristina… ¿sentiste algo… e