La noche era profunda y el silencio reinaba en la espaciosa habitación. El único sonido era el susurro del viento que se colaba por el tragaluz, arrojando un haz de luz de luna que bañaba el oscuro sofá junto al ventanal. La figura alta y esbelta de un hombre permanecía casi oculta en la penumbra.
—Señor, todo está arreglado como usted lo indicó. El joven Fabri está retenido en Villa Tuscany. Es imposible que alguien lo encuentre.
Bajo la tenue luz amarillenta, la silueta de Antonino Greco se proyectaba alargada en el suelo mientras miraba con respeto al hombre de complexión atlética y atractiva que ocupaba el sillón principal.
Jordi Siracusa asintió en silencio, su expresión no revelaba la más mínima preocupación por el asunto.
—Señor, es sobre la señorita… —Antonino titubeó un momento antes de continuar en voz baja—. No ha querido comer desde que usted se fue ayer. Insiste en que quiere ir a la escuela y… trató de escaparse.
—¿Que trató de escaparse? —la voz de Jordi, profunda y mag