Él entrecerró los ojos, con la mandíbula apretada.
—¿Qué voy a hacer? ¿Acaso no lo sabes ya?
Su mano se deslizó bajo la fina tela de su vestido de seda, buscando entre sus piernas. Introdujo los dedos en su intimidad, provocando un sonido húmedo. Suspiró con malicia y una sonrisa torcida.
—Vaya, parece que ya estabas ansiosa. ¿Para qué te haces la difícil? ¿Así son todas las mujeres "educadas" como tú? ¿Les encanta fingir?
Bajo el estímulo experto y el movimiento de sus dedos, Stella comenzó a gemir. Su rostro se contrajo en una mueca y sintió que las piernas le flaqueaban, pero se contuvo para no hacer ningún ruido.
Él retiró los dedos, brillantes por la humedad, y los agitó deliberadamente frente a sus ojos.
—Maldita sea, qué urgida estás. ¿Quieres que traiga a un par más para que te hagan compañía?
Stella cerró los ojos, evitando su mirada. Se sentía completamente humillada, pero odiaba que su cuerpo reaccionara de esa forma tan primitiva. Lo fulminó con la mirada, deseando poder c