Las facciones de Enrico parecían las de un demonio. Se inclinó y cubrió los labios suaves de Stella con una autoridad aplastante.
Ella comenzó a forcejear, pateándolo con las piernas mientras emitía sonidos de protesta. No podía soportar la idea de que ese individuo la tocara de nuevo. En un arrebato de desesperación, abrió la boca y lo mordió en el labio con todas sus fuerzas.
La sangre comenzó a gotear por la boca de Enrico…
Él se quedó inmóvil, se limpió el líquido rojo de la comisura de los labios con el dorso de la mano y de inmediato su enojo se reflejó en su rostro. Habló, marcando cada palabra.
—¿A qué estás jugando, Stella? Soy tu esposo. Cuando aceptaste casarte conmigo, ya sabías perfectamente cómo era. Dijiste que no te importaba mi pasado, y yo te prometí que no andaría con otras. ¿Qué es esto, entonces? ¿Ya te arrepentiste?
—Tienes razón. Cuando acepté casarme contigo, dije que no me importaba que te acostaras con otras mujeres. ¡Lo que no dije es que aceptaría que te re