Su pecho todavía subía y bajaba con violencia, incapaz de recuperarse de la conmoción. Miró al individuo que tenía delante con los ojos nublados. No entendió la pregunta; se quedó absorta, observando sus facciones marcadas y atractivas.
Al verla temblar así, una capa de ternura cubrió la mirada profunda de Paolo. Le arregló con suavidad el vestido strapless, que se le había bajado, y le susurró al oído con falsa molestia.
—La próxima vez que se te ocurra no usar ropa interior, te vas a enterar.
Un escalofrío la sacudió. Con los labios temblorosos, respondió.
—Señor, y-yo... fue solo esta vez...
Él le dio un golpecito en la frente con los nudillos y dijo con voz severa:
—No más excusas. Que no se repita, o te olvidas de seguir en la mansión.
Le echó por encima su saco blanco y añadió, molesto:
—Y otra cosa, no quiero que vuelvas a vestirte tan provocativa sin mi permiso. ¿A quién intentas seducir?
Al oír el tono de reproche, su corazón, que apenas se había calmado, volvió a acelerarse