Cristina sintió que le ardían las orejas. Se mordió el labio y levantó la barbilla, pero desvió la mirada al responder.
—¿Acompañante de qué? No, no quiero. Tengo mucho que hacer hoy, y voy a terminar tarde. Aunque no preparé el desayuno, todavía tengo que hacer la comida, la cena y algo para más noche. El joven se va a enojar si vuelve y no hay nada de comer.
Angelo se encogió de hombros, mirándola con una intensidad que la quemaba.
—Ya te lo dije, de ahora en adelante, eres mía. El trabajo es para la señora Sofia y las demás, tú ya no tienes que hacer nada. De mi hermano me encargo yo. Soy el segundo hijo de los Morelli, ¿cómo voy a dejar que la mujer que está conmigo se ponga a servir a otros?
A ella le temblaron los labios. Arrugó la frente y negó con la cabeza.
—No, de verdad, no hace falta. Ya estoy acostumbrada, me gusta trabajar, me gusta cocinar. Además, el joven no soporta la comida de la señora Sofia. Ya suéltame, por favor. Búscate a otra persona que te acompañe, yo tengo