Cristina lo observó, considerando sus palabras. Tenía razón. Lentamente, relajó la postura y bajó la mirada con aire de derrota.
—Está bien, me quedo con el mismo vestido.
—Perfecto. Termina de comer algo rápido. Yo me cambio y nos vamos.
Angelo sonrió, complacido, y se dirigió a su habitación.
Ella se quedó viendo cómo se alejaba y después bajó la mirada.
Poco después, Sofia le llevó un vaso de leche y un sándwich. La verdad es que sí tenía algo de hambre, así que tomó el vaso y se bebió la leche de un solo trago.
Al probarla, arrugó la frente. La leche tenía un sabor extraño, justo el que Paolo detestaba. Seguramente Sofia le había dado la misma leche a él por la mañana, y no le debió de haber gustado nada. Pensar en eso la hizo suspirar con fastidio y preocupación.
—No deberías poner cara de enojo, dicen que eso te envejece.
Angelo había aparecido detrás de ella sin que se diera cuenta. Le susurró tan cerca que Cristina sintió su aliento cálido en el oído.
Ella se tensó y un escalo