Paolo apretó los puños y dejó escapar un sonido gutural.
—¿La boda de ella? ¿Cómo podría faltar?
Susan lo observó, notando cómo su expresión se había vuelto sombría. Arrugó la frente, confundida por la mezcla de emociones en su mirada, y se quedó inmóvil por un instante. Era evidente que su jefe todavía no la había olvidado.
Habían pasado ocho años, y él todavía no había podido superar el daño que ella le causó.
La primera vez que lo vio llegar con la sensual Romina Bruni del brazo, Susan se sorprendió por el parecido entre ellas. Un segundo después, sintió lástima por él.
Comprendía que la intensidad del odio es proporcional a la del amor.
Ni siquiera él mismo parecía capaz de distinguir si lo que sentía por Stella era odio o amor.
Susan tardó un momento en reaccionar. Mostró una sonrisa amarga y, con tono respetuoso, respondió:
—Claro, jefe. Dejaré todo listo.
—Mm. —Paolo tomó un cigarro y lo encendió. El humo que lo envolvió acentuaba la soledad en su atractivo perfil.
Susan levant