En la habitación de Angelo.
La mano delicada de Cristina se deslizó por la cintura de Angelo, bajando lentamente hasta detenerse sobre el bulto que se marcaba en la parte baja de su abdomen.
Las venas de la frente de él se marcaron. Aferró con fuerza la mano delgada de ella, deteniendo su recorrido.
—Te amo, pero quiero que sea porque tú también quieres, no porque te sientas presionada. Así que, Cristi, hasta que no estés enamorada de mí, no voy a hacerte nada.
La preocupación de Cristina se intensificó. La ansiedad se apoderó de ella. Si no cumplía con lo que el joven le había ordenado, ¿qué pasaría mañana? Seguramente se pondría furioso. Quizá… quizá hasta la echaría de la mansión Morelli.
“—Cristina, se acabó el jueguito. Mi paciencia tiene un límite y ya lo cruzaste. Si vuelves a desafiarme, te juro que te vas a arrepentir. ¿Entendido?”
Las duras palabras de Paolo resonaban en su mente. No se atrevía a imaginar las consecuencias, y el miedo le aceleró la respiración. La sola idea