—Gracias, Isabel —contestó Diane antes de besar apasionadamente a Junior.Mientras se besaban, Junior miró a Isabel de reojo, pero ella había dirigido su atención a otro lugar. Michael, con una copa en la mano, le guiñó un ojo. Isabel apartó la mirada de inmediato y, al hacerlo, se encontró con los ojos de Junior, llenos de furia.Justo en ese momento, Juliana llegó, lo que Isabel aprovechó para decirle que quería marcharse. Junior y Diane se alejaron para saludar a otros compañeros de la universidad.—No seas aguafiestas, espera un poco más y nos vamos juntas. Michael nos llevará —insistió Juliana.—¡No! Mejor nos vamos en taxi.—¿Cómo crees que nos vamos a ir con un extraño? Si tenemos conductor propio.—No quiero irme con tu hermano.—¿Qué te hizo mi hermano que no me puedes decir? —rió Juliana, intrigada.—No quiero incomodar a nadie, es todo.La fiesta continuaba, y los campesinos y trabajadores de la hacienda la disfrutaban al máximo. Después de todo, era un evento en su honor.
—Te voy a demostrar que Isabel será mía. Ya no soy un niño, Michael. Veamos quién gana esta guerra, hermano —dijo Junior antes de marcharse, dejando a Michael con un sabor amargo. Jamás pensó que se enfrentaría a Junior, a quien consideraba un hermano y por quien sentía un gran aprecio. Ahora estaban peleando por una mujer. Michael también daría la pelea; deseaba a Isabel con un ardiente deseo.Isabel se había convertido en una obsesión para Michael. No podía sacarla de su cabeza. Deseaba su boca, su armonioso cuerpo... Quería tocarla, hacerla suya, completamente suya, y no le importaba cómo lo conseguiría. Sabía que esa obsesión no era sana y que le traería muchos problemas, pero el deseo podía más que cualquier consecuencia futura.Después del altercado, Carlos se fue a su oficina. Sirvió un vaso de licor, se sentó en su sillón y bebió casi todo. —¿Por qué te pareces tanto a Mary? —murmuró antes de dar otro sorbo. Luego se levantó decidido a poner fin a tantos interrogantes. Sal
Al llegar al apartamento, Isabel fue directamente a su habitación.—¿Michael, te vas a quedar? —preguntó Juliana.—Sí, ya está muy tarde para irme a la hacienda. Me quedaré en el sofá —respondió él.Juliana aprovechó el momento para llamar a su madre y preguntar por su hijo. Mientras tanto, Isabel se metió a la ducha para tomar un baño caliente y relajarse antes de dormir.Michael, al notar que nadie lo observaba, se deslizó silenciosamente hacia la habitación de Isabel. Se acercó hasta el baño y la miró mientras se bañaba. Su cuerpo desnudo bajo la regadera lo excitaba profundamente. De pronto, escuchó la voz de su hermana llamándolo:—¿Qué hacías en la habitación de Isabel?—Yo… estaba… buscando unas cobijas —respondió nervioso.—Necesito hablar contigo muy seriamente, Michael —dijo Juliana con firmeza.Ambos se dirigieron a la habitación que ella ocupaba. Michael se sentó al borde de la cama mientras Juliana permanecía de pie.—Te he estado observando, y no me gusta para nada la fo
- Creo que deberíamos ir a dormir -dijo Juliana.- Sí, es mejor -contestó Isabel.- ¿Por qué no me brindaste a mí? Yo también tengo mucha hambre, Isabel -las dos lo miraron sorprendidas.- Ya se lo preparo -dijo ella muy diligente. Michael siguió observando a Isabel; no le importaba lo que su hermana pudiera pensar de él. Toda ella era una tentación; el pijama era muy corto, ajustado y seductor, haciendo que Michael no pudiera apartar la mirada de su armonioso cuerpo.Juliana observaba la situación y no le agradaba para nada. Su hermano no podía estar con ella; era una niña y, además, muy inocente. En cambio, él era un mujeriego que hacía lo que quería y cuando quería.Pronto Isabel trajo dos sándwiches y se los ofreció a Michael. Este les dio poca importancia; solo se limitaba a observarla a ella sin ningún pudor. Isabel se sintió desnuda y experimentó un poco de temor por cómo él continuaba mirándola; así era como la miraba su tío John cuando estaba frente a ella. Se fue hasta su ha
—Padre mío, ¿qué te puedo decir? Así soy yo —dijo, sentándose junto a los demás.—Eres una cínica. ¿Por qué me causas tantos problemas?—Padre, soy tan parecida a ti —dijo en tono burlón.—¡Ya! Terminen esta conversación, por favor —levantó la voz Margaret. Todos la miraron, ya que jamás se salía de sus casillas.—Michael, ¿dónde estuviste anoche? —replicó Marcela, sin importar el enojo de sus padres—. Te busqué por todas partes y me dijeron que te habías marchado sin que la fiesta terminara.—Porque se fue con Isabel —contestó Junior.—¿Acaso esta Isabel es tu nueva amiguita, Michael? —rió Marcela.—¡No quiero que te acerques a esa chica, Michael! —dijo Carlos, señalándolo.—¿Sucede algo, padrino? —preguntó Michael, extrañado.—No sucede nada, Michael. Es solo que no quiero que se acerquen a esa chica.—¿Acaso, padre, la quieres para ti? —replicó Marcela, burlonamente.—Por favor, Marcela —dijo Margaret, tratando de calmar los ánimos.—Papá, Isabel me interesa —dijo Junior, bastante
—Como usted mande, padrino —contestó Michael, preocupado.No había visto las cosas con claridad. La preocupación de su padrino se debía al nombre Mary. ¿Acaso era la misma Mary que trabajaba en la hacienda? ¿Y si Isabel tenía algo que ver con ella? Solo una persona podía sacarlo de dudas. No era muy grato hablar con Marcela, pero ella sí podría saber de qué Mary estaban hablando y qué conexión tenía con la familia.—¿A qué debo el honor de tu llamada? —contestó Marcela al ver quién la llamaba.—Quiero pedirte un favor. ¿Tú sabes quién es Mary?—¡Ese favor te va a costar, mi querido Michael!—¿Sabes o no sabes quién es Mary? —replicó Michael, un tanto enojado. Marcela siempre andaba jugando, y eso le molestaba sobremanera.—Me encanta cuando te enojas —rió a carcajadas—. ¿No me digas que no te acuerdas de Mary? ¡Mary! Era nuestra niñera, tu querida amiga. Muy hermosa, la condenada, por cierto. Papá estaba obsesionado con ella.—¿Y qué pasó con ella? —preguntó Michael, insistente.—Se c
Isabel debía casarse. Era la única forma de poder disponer de su herencia. Y debía hacerlo pronto, antes de que John hiciera quién sabe qué cosa con lo que aún quedaba intacto.Aquellas palabras dejaron a las dos mujeres completamente desconcertadas. Isabel sentía que su mundo se deshacía entre los dedos. ¿En qué momento su vida, tan perfectamente estructurada, se había convertido en un infierno?Había perdido a su madre. Vivía con personas que no eran su familia. Había renunciado a todas sus comodidades. Y ahora, tenía que Por un instante, deseó que todo acabara. Pensó en alejcasarse... o perderlo todo. Pensó en alejarse, rendirse, dejar que su tío se quedara con todo… Pero Juliana no se lo permitió. Le recordó que no podía darle el gusto a un hombre como ese, un miserable sin escrúpulos.—¿Pero con quién se supone que debo casarme? —preguntó Isabel, con los ojos brillosos de angustia—. ¿Por qué no aparece mi madre? ¿Qué le habrá ocurrido? Esto... esto es terrible.Los días que sigu
Mientras tanto, John sentía que había logrado su cometido. Isabel estaba justo donde él quería: sola, vulnerable, sin nadie que pudiera defenderla.—Nos casaremos mañana mismo —le dijo, bebiendo un sorbo de whisky, su risa áspera retumbando por toda la habitación—. Te conviene a ti... y sobre todo a mí. La herencia de la familia volverá a las manos que le corresponden. Soy el único Martin que queda con sangre pura. Por derecho, todo me pertenece.—¡Eso no es cierto! ¡Mi madre está viva, lo sé! —gritó Isabel entre lágrimas, la voz quebrada por la desesperación.John se acercó a ella, sonriendo con desdén.—Rafaela ya no está. Eres una ilusa, Isabel. Yo mismo me encargué de ella. Ahora solo quedamos tú y yo... y esta noche será la primera de muchas.Sin darle tiempo a reaccionar, la tomó con violencia y la arrojó a la cama. Isabel, aún adolorida por los golpes anteriores, apenas podía defenderse. Pero estaba viva, y mientras tuviera un solo aliento, no dejaría que la humillaran sin pele