SIENNA
Amanezco con el cuello adolorido y la espalda tiesa. El sofá de la sala principal no es el lugar más cómodo del mundo, pero no podía dormir en la habitación sabiendo que él no había vuelto. Afuera está oscuro, aunque por el silencio en la casa y la falta de movimiento en ella, calculo que deben ser las tres de la madrugada. Solo el sonido del reloj en la pared acompaña mi respiración pausada. Me froto los ojos y me incorporo lentamente, tratando de espantar el nudo en el estómago que no me deja desde que Massimo salió.
Y entonces, un golpe seco sacude la puerta principal.
Me pongo de pie de inmediato, el corazón se me dispara. Ni siquiera pienso. Corro hacia la entrada, y apenas abro, me quedo helada.
— ¿Matteo?
Él está apoyado en el marco de la puerta como si sus piernas ya no pudieran sostenerlo más. Lleva el traje hecho trizas, como si una bestia lo hubiera atacado. La camisa está desgarrada, la corbata colgando de su cuello como un trozo inútil de tela, y el rostro... su ro