La oscuridad siguió allí cuando Samantha se despertó. Quizás seguía dormida. Llegó a su nariz la fragancia del suavizante para tela al que olían las sábanas de su jefe y también sus almohadas y lo recordó todo. Se llevó una mano a la cara. Fue sujetada sobre su cabeza antes de llegar a tocar el antifaz.
—No te he dado permiso de quitártelo.
Él estaba despierto quién sabía desde cuándo, haciendo quién sabía qué. Esto de no ver la ponía en desventaja. Poco a poco sintió el peso del cuerpo de su jefe aplastarla. Se mantuvo alejado del brazo inmovilizado. Estaba más interesado en su cuello, que regó de besos lentos y suaves ante los que Sam no tuvo ninguna reacción. Estaba inmóvil, pero no rígida. La mejor manera de describirla era ausente.
—No quiero que volvamos a pelearnos, Sam.
—Eso será difícil mientras usted insista en forzarme a hacer cosas que no quiero.
—Sam, imagina lo que ocurriría