XXV Profesionales calificados

La oscuridad siguió allí cuando Samantha se despertó. Quizás seguía dormida. Llegó a su nariz la fragancia del suavizante para tela al que olían las sábanas de su jefe y también sus almohadas y lo recordó todo. Se llevó una mano a la cara. Fue sujetada sobre su cabeza antes de llegar a tocar el antifaz.

—No te he dado permiso de quitártelo.

Él estaba despierto quién sabía desde cuándo, haciendo quién sabía qué. Esto de no ver la ponía en desventaja. Poco a poco sintió el peso del cuerpo de su jefe aplastarla. Se mantuvo alejado del brazo inmovilizado. Estaba más interesado en su cuello, que regó de besos lentos y suaves ante los que Sam no tuvo ninguna reacción. Estaba inmóvil, pero no rígida. La mejor manera de describirla era ausente.

—No quiero que volvamos a pelearnos, Sam.

—Eso será difícil mientras usted insista en forzarme a hacer cosas que no quiero.

—Sam, imagina lo que ocurriría

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