Capítulo 1

Desde muy joven me acostumbré a vivir rodeada de hombres. Siendo la única hija en una familia de cuatro hermanos. Mi infancia estuvo llena de juegos rudos, peleas constantes y competencias interminables. Aunque al principio me costó adaptarme, con el tiempo aprendí a desenvolverme en ese mundo masculino. Dejé de ser la niña asustadiza que huía de sus hermanos a defenderme de sus juegos bruscos y ser respetada por cada uno de ellos.

Mi padre, un hombre estricto pero amoroso, siempre me inculcó la importancia de ser fuerte y valiente, me enseñó a montar a caballo, a disparar un arma y a tomar decisiones con determinación. Nunca había lugar para debilidades en nuestra casa. A pesar de todo eso, siempre sentí la necesidad de encontrar mi propio camino, en medio de tanta testosterona. Mientras mis hermanos se interesaban por los caballos y los deportes, yo me dediqué a leer y estudiar. Soñaba con poder salir de casa y viajar a otros lugares, conocer otros sitios y simplemente moverme de un lado a otro con nuevas aventuras cada día.

Sin embargo el destino tenía otros planes para mí. Planes que llegarían para darle un giro de ciento ochenta grados a mi vida y que me harían cambiar totalmente mi forma de ver el mundo. Todo inició una noche de primavera cuando mi hermano menor Anton llegó a casa de una fiesta en una de las más grandes mansiones de la ciudad. No éramos una familia de millonarios, pero papá había ganado mucho dinero en las carreras y podíamos mezclarnos con los más adinerados sin temor a ser tratados como basura.

Mi hermano abrió la puerta de un tirón. Había estado esperándolo toda la noche, siempre que iba a esas fiestas regresaba con mucho dinero de sus apuestas y yo lo esperaba en el salón para celebrar juntos, pero esa noche su rostro estaba pálido cuando me observó sentada en el sofá. Noté la tensión en sus hombros y como sus ojos se tornaron llorosos. Algo no estaba bien. Me levanté deprisa y me acerqué a recibirlo.

—¿Qué ha pasado?

Su cuerpo se estremeció, se lanzó al suelo y abrazó mis piernas mientras sentía sus lágrimas mojar mi pantalón de pijama.

—¡Pérdoname, Val! ¡Por favor! —me pidió entre lágrimas.

No entendía que pasaba, Anton era un chico lleno de alegría y nunca había llorado por perder en sus juegos, solo llegaba a casa y se bebía una botella de ron mientras me contaba sus errores durante el juego. Que estuviese reaccionando de aquella manera significaba que algo grave había ocurrido. Me agaché junto a él y sequé sus lágrimas. Mi padre sintió sus gritos, bajó de su habitación preocupado y se acercó a nosotros.

—¿Pero qué está pasando?

—¡Papá, por favor! ¡Perdóname, también!

Anton no dejaba de llorar mientras se aferraba a mis brazos. Miré a mi padre preocupada y él tomó a mi hermano por los brazos levantándolo del suelo. Caminamos hasta los sillones de la sala y mientras Anton secaba sus lágrimas para contarnos que había pasado la opresión en mi pecho crecía.

—He perdido una apuesta —comenzó y papá soltó un bufido de inmediato.

Mi padre estaba adaptado a perder apuestas durante todos sus años en el juego, pero el rostro de mi hermano me dio a entender que esto era más que una simple apuesta.

—Por favor, hijo, has perdido miles de apuestas, no se va a terminar el mundo por una más.

Por un instante sentí alivio, pero desapareció cuando él llevo su mirada llena de tristeza hacia mi. Me había perdido perdón. ¿Qué apuesta había perdido?

—Esta apuesta es diferente, hemos perdido algo valioso, padre.

El susodicho se puso de pie, se agachó frente a mi hermano y palmeó su hombro con compañerismo.

—El dinero va y viene, hijo. Pagaremos tu deuda y seguiremos trabajando.

Anton negó con la cabeza mientras las lágrimas volvían a caer. Estaba asustado y desesperado y yo estaba comenzando a impacientarme.

—¡Que no, joder! Esto no se recupera.

—Anton, por favor —intervine.

—Hijo, es solo dinero.

—¡Que he apostado a Valeria!

El mundo se me detuvo cuando esas cinco palabras abandonaron su boca. ¿Me había apostado a mi? Yo había sido la apuesta y había perdido. La noticia me cayó como un mazazo en el corazón. La indignación y la furia ardieron en mi interior mientras absorbía la impactante verdad de que mi propio hermano me había apostado y perdido en un juego. Mis ojos se llenaron de lagrimas de rabia, sintiendo mi confianza y mi amor traicionados. Me quedé quita durante segundos sin mover un músculo mientras escuchaba la voz de mi padre a punto de destruir a mi hermano. Vi a cámara lenta como papá levando a Anton por el cuello, mis hermanos, Zack, Nathan y Eren bajaron de sus habitaciones y tomaron a papá por los brazos impidiendo que le pegara a Anton.

—¡¿Qué cojones apostaste?! —le pregunté mientras intentaba contener toda la furia.

—Nada en específico, solo a ti.

—¡¿Cómo demonios se te ocurre apostar a tu hermana, maldito idiota?! —papá intentaba forcejear el agarre de Zack y Nathan.

Eren se acercó a Anton y lo tomó por el cuello, mientras yo seguía sentada procesando toda la m****a que mi hermano menor soltaba por la boca. La casa era un puto caos entre los gritos de mi padre y las preguntas de mi hermano mayor.

—¿Con quien apostaste, Anton? —le preguntó.

—No lo sé, no es de la ciudad.

¡Hijo de su madre!

Me levanté del sillón llena de frustración. Quería matarlo, agarrarlo de su miembro y colgarlo del árbol del jardín y dejarlo ahí hasta que me olvidara de lo que acababa de hacer.

—Valeria, recoge tus cosas —Eren soltó a Anton y se acercó a mi—. Nos vamos de esta ciudad.

—No puede marcharse, si no se va con ese hombre, él va a matarnos —Anton dijo mientras secaba sus lágrimas—. Es una jodida m****a, lo sé, pero estamos en sus manos.

En ese instante la ira me cegó, pasé por al lado de Eren y me lancé hacia mi hermano hecha una furia. Anton intentaba detener mis golpes, pero era tanta mi rabia que solo quería desquitarme toda la impotencia que estaba sintiendo. Había destruido todos mis sueños, se había cargado mi futuro en una estúpida apuesta y ahora estaba totalmente atada a un desconocido, sin escapatoria alguna. Me sentía como un objeto, una mercancía que había sido entregada sin mi consentimiento, sin voz, ni elección sobre mi propio destino.

La sensación de ser tratada como una posesión, sin el derecho de tomar decisiones sobre mi propia vida era abrumadora.

¿Cómo mi hermano había podido ser tan insensible y egoísta?

Eren me agarró por la cintura y me levantó por el aire apartándome así de Anton que quedó con el rostro cubierto de aruñazos. Adoraba a mi hermano, pero en ese momento era mi persona menos favorita en el mundo.

—¡Basta ya! —gritó Eren—. La apuesta está echa, pero Valeria no se va con ese hombre, me importa poco si viene a por nosotros, sabemos defendernos.

—Nos marcharemos todos —añadió papá—. Recojan sus pertenencias, lo estrictamente necesario, iremos a Holanda con mi hermana, allí Valeria estará a salvo.

La palabra de mi padre era lo más parecido a la ley que teníamos en casa, así que todos asentimos en silencio. Miré hacia Anton con ganas de deshacerme de él y ahogarlo en la bañera, le dí un abrazo a papá y subí hacia mi habitación.

Debía de empacar mis cosas.

¡¿Cómo carajos mi hermano menor pudo apostarme?! Mientras lanzaba mi ropa a una maleta, solo sentía la m*****a impotencia. ¿Acaso no era dueña de mi vida? ¿Por qué su hermano mi hermano se sintió con la potestad de elegir por mi? Miles de pensamientos llegaban como flashes a mi mente y en cada uno de ellos me sentía como un maldito objeto que puede ser lanzado de una persona a otra y no era algo que estaba dispuesta a aceptar.

Cuando toda mi ropa estuvo dentro de la maleta, cerré y salí de mi habitación. Tenía que hablar con el malnacido de Anton y dejarle en claro que ni él, ni mi padre, ni ninguno de mis hermanos tienen derecho a elegir por mi, ni a creerse dueños de mi futuro. La habitación del menor de mis hermanos quedaba a unos metros de la mía. La casa estaba en absoluto silencio, imaginé que todos estarían empacando para largarnos de aquí. Toqué dos veces en la puerta de Anton per no respondió así que decidí pasar.

—No te muevas, preciosa —me dijo una voz en medio de la oscuridad mientras sentí un arma apuntarme en la cien.

Una fría sensación de miedo se apoderó de todo mi ser, una corriente eléctrica recorrió mi espina dorsal paralidandome completamente. Mis ojos se abrieron con incredulidad aunque no podía ver nada. El tiempo parecía detenerse y tomo mi ser se concentró en los hombres que me rodeaban. La habitación estaba completamente a oscuras y el corazón comenzó a latirme desbocado. Pensé en mi padre:

>>Nunca grites, eso los pone nerviosos, has lo que te digan y mientras tanto busca una manera de escapar.<<

—¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde está mi hermano?

La voz me temblaba mientras intentaba parecer tranquila. Me sentía atrapada, indefensa y vulnerable, sin saber qué hacer o cómo escapar de aquel peligro.

—Valeria, estoy aquí, tranquila —escuché la voz de Anton.

—¿Quiénes son estos hombres?

Las piernas me temblaban mientras trataba de mantener la calma, el arma seguía apúntandome y por más que intentaba ver, la oscuridad terminaba ganando la batalla. La sensación de impotencia apareció nuevamente, deseé poder desaparecer o retrocer el tiempo. El miedo me envolvía como una pesada manta, nublando mi juicio y mi capacidad para pensar con claridad.

—No importa quienes somos, venimos a llevarte con nosotros.

La puerta de la habitación se abrió de repente y la luz del pasillo iluminó la habitación, miré a mi hermano siendo apuntado por otro hombre y tres más de ellos apuntando hacia la puerta detrás de mi.

—Ella no se va a ninguna parte —la voz de mi padre hizo que el cuerpo se me estremeciera.

El hombre detrás de mí soltó una carcajada y me pegó a su cuerpo agarrándome del cuello.

—No vinimos a negociar, anciano —le dijo con voz amenazante—. Vinimos por ella y no nos iremos de aquí hasta que venga con nosotros.

—Y una m****a —soltó Anton—. Mi hermana no se mueve de esta casa.

El hombre tomó una profunda respiración.

—Mátenlos.

El mundo se me vino encima, el hombre que apuntaba a mi hermano preparó su arma mientras los otros tres se acercaron a papá. El aire se escapó de mi cuerpo mientras sentía como la fuerza me abandonaba poco a poco. Un nudo se formó en mi garganta impidiéndome hablar. La idea de perder a mi familia, a las personas que más amaba, me llenó de una profunda deseperación. Traté de encontrar una solución, una forma de proteger a mi familia, pero la realidad de la situación aplastó cualquier esperanza.

—¡NO! —logré decir—. Iré con ustedes, no les hagan daño, por favor.

—¡Valeria! —gritó mi padre.

Sentí con el hombre se acercó a mi oído.

—Será un viaje largo, princesita.

Las piernas me fallaron y se me hizo difícil respirar. Vi a papá forcejear con los hombres y escuche a mis hermanos gritar, mientras unos brazos me alzaron del suelo y mis ojos se cerraron hasta quedar sumida en una profunda oscuridad.

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