Capítulo 3

Después de algunos minutos, finalmente el avión descendió en una enorme carretera. Sentía una enorme tensión en mis hombros, con tantos latidos acelerados en cualquier momento podría sufrir un colapso y las manos me temblaban. El rey Douglas se puso de pie y me tendió su mano para ayudarme. Bajamos del avión seguidos por sus hombres y abajo otros nos esperaban junto a una mujer mayor. Ella sonrió y se acercó a mi para envolverme en sus brazos. Me sobresalté sorprendida y llena de nervios.

—¡Bienvenida a Marvera, querida! —me dijo con emoción.

Miré hacia el rey esperando que me dijera que hacer y él solo me dio un asentimiento y comenzó a alejarse seguido por algunos guardias. Me sentía tan frágil, desorientada y absolutamente ansiosa. ¿Qué se suponía que debía hacer? No tenía idea del mundo de la realeza o como debía actuar ante ello. Sentí mis ojos tornarse llorosos y tomé una profunda respiración, debía mantenerme firme y fuerte.

—Soy Louisa —se presentó la mujer.

Era de estatura baja y cabello negro con varias canas, aparanteba la misma edad que el rey, con ojos cafés y una sonrisa que me daba a enteder que era buena persona.

—Es un placer conocerla —le respondí.

—Soy la reina —me explicó—. Esposa de Douglas y madre de James.

Abrí mis ojos con sorpresa y sentí el rubor esparcirse por mi rostro. Era la reina, según los libros que he leído debería presentar mis respetos, hacer una reverencia y tratarla con formalidad. Ella pareció notar mi cara de horror, y sonrió mientras me tomaba de la mano y me instaba a caminar junto a ella.

—Tranquila, Valeria, puedes tratarme con normalidad, serás mi yerna después de todo. Por tus modales no te preocupes, recibirás clases y aprenderás todo lo necesario para dirigir un reino.

Dirigir un reino. Aquello sonaba tan loco y a la vez tan duro. La realidad me caía como un maldito balde de agua congelada y la incertidumbre de si alguna vez volvería a mi antigua vida me lanzaba ligeros rayos de esperanza. Era una ilusa que a pesar de estar atada a un futuro tormentoso, esperaba que en algún momento sus sueños pudieran cumplirse.

La reina me llevó hasta un auto negro y ambas montamos en la parte trasera. Ella tomo mis manos durante todo el viaje, por alguna razón estaba tratando de ayudarme a sentirme tranquila, así que eso traté. Mientras el auto iba en camino respiraba lentamente y pensaba en mi familia, en las noches de diversión con mis hermanos y de las conversaciones hasta altas horas con papá, también pensaba en mamá, en sus palabras cuando me pidió que cuidara de ellos, que era la única mujer en la familia y debía encargarme de que vivieran bien, que fueran grandes hombres. Ahora no podía hacerlo, no podía estar cerca y verlos crecer aún más, formar sus familias, pero por lo menos iba a encargarme de que estuviesen vivos para lograrlo.

—Bienvenida a tu nuevo hogar, Valeria —Louisa captó mi atención y mire por la ventanilla del coche el inmenso castillo que se alzaba ante mis ojos.

Un gemido de sorpresa escapó de mis labios y en ese instante me di cuenta que mi vida nunca jamás volvería a ser lo que era antes. Solo quedaba una opción y era dejar el pasado atrás y enfrentarse al futuro, con miedo, con mentiras, con amenazas y quizás con muchas cosas más, pero volver hacia atrás, ya no era una opción.

Bajé del auto con un nudo en el estómago sin soltar las manos de la reina. Era inmenso y majestuoso, con una arquitectura de épocas pasadas. Tenía altos muros de color marfil que brillaban bajo el sol, dándole un aspecto etéreo y mágico. Alrededor un jardín impresionante y extensos prados verdes se combinaban con coloridos parterres de flores y fuentes que añadían un toque de serenidad al ambiente. Louisa volvió a sonreír y me invitó a entrar. Nos encontramos con un vestíbulo grandioso, con techos altos y elegantes columnas que sostenían magnificos frescos. Los pasillos eran amplios y estaban adornados con detales dorados.

Una chica con un traje de color marfil se acercó a nosotras en silencio e hizo una reverencia. Me quedé inmóvil sin saber como reaccionar.

—Margaret, lleva a Valeria a su habitación, por favor.

La chica asintió.

—En unas horas podrás conocer a mi hijo —me dijo la reina antes de desaparecer por uno de los pasillos.

¿Conocerlo? ¿Hoy? Los nervios aumentaron con la noticia y miré hacia Margaret que esperaba por mi con una sonrisa.

—Adelante —le pedí y ella comenzó a caminar.

La seguí por el pasillo de la derecha que nos llevó hasta un enorme salón donde había una chimenea y varios sofás junto a una gran pantalla. Subimos los escalones hasta otro enorme pasillo, pero este estaba repleto de puertas. En silencio la seguí hasta la tercer puerta donde se detuvo. Abrió la puerta y se giró hacia mi.

—Adelante, señorita Valeria.

Me adentré con vergüenza y una vez dentro la puerta se cerró. Margaret había cerrado y puesto llavín.

—¡EH! —grité—. ¿Qué haces? ¡Ábreme!

Sentí sus pasos alejarse de la habitación y maldije para mis adentros. Eso estaba siendo todo una tortura. Recargué mi espalda de la puerta y me dejé caer mientras las lágrimas salían, no podía retenerlas más. Era tanta la impotencia que quería golpear algo con todas mis fuerzas hasta que mis nudillos sangraran. Entre lágrimas miré la inmensa habitación, era de color azul cielo con inmensas paredes, ventanas enorme y un balcón que por supuesto, se encontraba cerrado. La cama era hermosa, de color dorado con sábanas color marfil y cientos de almohadones. Habían también tres puertas. Caminé hasta la cama, agarré uno de los almohadones, me acosté y hundí mi cabeza en él mientras dejaba salir todo lo que estaba sintiendo. Llegó el punto en que mis ojos ardían y los cerré.

(...)

Desperté cuando tres toques en la puerta hicieron eco en la silenciosa habitación. La noche había caído. Me puse de pie cuando sentí el llavín de la cerradura abrirse y Margaret apareció nuevamente frente a mi, esta vez acompañada de otra mujer.

—Buenas noches —me saludó y se adentró en la habitación.

Se acercó a mi y comenzó a observarme de pies a cabeza. Analizando mi cuerpo y escrutando mi cabellera. Sacó una cinta de medidas del bolsillo de su pantalón y comenzó a medir mi cuerpo.

—Eres bonita —me dijo mientras medía mi cintura—. Serás una buena princesa.

No respondí. Había decidido no hablar hasta que no supiese como dirigirme a cada una de las personas que iba a conocer. No sabía en quien confiar, a quien podía pedirle ayuda, era como empezar una nueva vida y si quería sobrevivir tenía que aprender como funcionaba su mundo.

—Soy Leire Nagrette, la diseñadora de la familia real, voy hacer tu vestido de novia y toda la ropa que vas a usar a partir de hoy —se presentó—. Margarte será tu asistente, puedes pedirle lo que necesites.

La chica me dio un asentimiento desde la entrada.

—¿Sabes que puedes hablar, no? —me dice una vez termina con mi cintura—. Imagino que debes estar asustada con todo esto.

Asustada le quedaba pequeño a todo lo que estaba sintiendo. Pero no hablé, ella se encogió de hombros y camino hacia la puerta que quedaba a la izquierda de la cama y la abrió. Se tardó unos minutos y luego regresó con una blusa y un pantalón.

—Vas a ir a conocer al príncipe ahora, ponte esto.

Me entregó la ropa y mis manos toparon la tela. La camisa era de seda fina de un color blanco casi marfil, y el pantalón de un color marrón. Me quité mi sencillo vestido de flores y Leire me detuvo.

—No es necesario, eso de ahí es un vestidor, ahí tienes toda tu ropa, puedes cambiarte ahí.

Asentí y caminé hasta la puerta. Dentro cientos de zapatos y perchas con ropa se guardaban, no presté mucha atención y me apresuré a vestirme. Las mangas de la blusa caían por mis codos y el pantalón era ancho y elegante. Cuando salí la diseñadora me esperaba en el tocador, me hizo tomar asiento al frente y comenzó a trenzar mi cabello. La imagen en el espejo me hizo sentir mal, me veía agotada y dudaba que el maquillaje pudiera tapar la tristeza de mis ojos.

—Tienes un cabello hermoso —me dijo Leire cuando terminó el peinado.

—Muchas gracias —me limité a responder.

—Debes autorizar a Margaret, para que entre a la habitación y te maquille.

—¿Autorizarla?

Leire soltó una pequeña carcajada y Margaret también.

—Los empleados no pueden entrar a las habitaciones, a menos que se le autorice, excepto las empleadas de limpieza, claro.

—¡Oh, lo siento! —exclamé apenada—. Por eso llevas parada ahí todo este tiempo, puedes pasar.

La chica me dió una sonrisa amable y se acercó a mi e inmediatamente comenzó a maquillarme. Leire se despidió y salió de la habitación cerrando la puerta detrás de sí.

—Lamento haberla encerrado, señorita —me dijo Margaret con vergüenza—. Solo seguía órdenes.

—Tranquila, lo entiendo.

Cuando terminó y miré mi reflejo quedé totalmente asombrada, las ojeras habías desaparecido y aunque la tristeza seguía ahí, no me veía tan cansada, de hecho, estaba hermosa.

—El príncipe quedará encantado cuando la vea —me animó la chica.

Me puse de pie y la seguí fuera de la habitación, bajamos las escaleras hasta el salón donde pude observar una figura de espaldas con la mirada fija en el fuego de la nevera. Mi cuerpo se tensó y los tacones que me hizo poner Margaret antes de salir no ayudaban a mantenerme firme. La chica continuó su camino mientras yo me quedé de pie, esperando.

¿Qué debía hacer? ¿Decirle hola?

Él se mantuvo de espaldas por lo que para mi pareció una eternidad. Su cabello castaño se movía con el aire que entraba por la ventana mientras el fuego de la chimenea amenazaba con apagarse. ¿Debía quedarme ahí como una estatua toda la noche? Me aclaré la garganta con impaciencia y entonces él se giró. Sentí el aire abandonar mis pulmones y el corazón querer escaparse, una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo cuando sus ojos se posaron los míos y su mirada avellana me puso nerviosa.

—Buenas noche, majestad —lo saludé.

No hice reverencia, no sabía hacerla y preferí ser maleducada a hacer el ridículo delante suyo. Él no respondió, se quedó de pie simplemente observándome mientras la ansiedad me consumía. Era guapo, intimidante, alto y con una mirada penetrante. Llevaba un traje elegante, pero desordenado, su camisa estaba fuera, su corbata suelta y la chaqueta tirada en el sofá.

—¿Tú vas a ser mi esposa? —me preguntó con voz grave.

Asentí. El dió tres pasos y se acercó un poco más. Su voz era fuerte y demandante.

—¿Sabes arreglarme esto? —me señaló su traje y volví a asentir.

Durante mucho tiempo ayudé a mis hermanos a vestirse, tenía los conocimientos básicos. Caminé hasta estar cerca suyo y entonces noté el olor a alcohol que emanaba su cuerpo, ignoré las advertencias de mi cerebro e hice lo que pedía. Tomé la corbata entre mis manos. Él las apartó de un tirón.

—Te pregunté si sabías, no te pedí que lo arreglaras.

Apreté mis puños con rabia e impotencia. Era un maldito hijo de puta. Su padre tenía razón. Iba a casarme con un hombre despreciable.

—Lo lamento —dije entre dientes.

—¿Lo lamentas? —me preguntó—. Vaya m****a de esposa me ha conseguido mi padre, no eres más que otra de sus pu..

Mi mano impactó en su rostro antes que terminara de hablar y me miró sorprendido.

—No me interesa que seas un príncipe, ni lo que puedas hacerme, no pienso permitir que me ofendas, ni te creas con el derecho de tratarme como basura —le dije con rabia.

—Lárgate de aquí —me dijo lleno de furia.

—Eso será todo un placer, majestad —le di la espalda y subí hacia mi habitación.

Mi vida se iba a convertir en un maldito calvario. Cerré la puerta con fuerza y volví a lanzarme en la cama.

—Mañana te espero en la entrada —escuché la voz del príncipe a través de la puerta—. Tenemos compromisos que atender, futura esposa.

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