En ese momento, caminaban por las calles de París, rumbo al mercado, cada uno llevaba dos canastas vacías. Donna María había decidido que, lo mejor sería que Alba hiciera las compras para ese día. Pero, claro, la muchacha no conocía el lugar. De modo que, al ver a Damián desocupado, como siempre, le pidió que la acompañase, alegando que no era correcto que una muchacha como ella anduviera sola por las calles.
«Aunque, decir que me lo pidió con amabilidad… lo que se dice amabilidad, no fue. Pero ¿Ya qué? ¿Quién le puede decir que no a esa mujer cuando esgrime su legendario cucharón de madera dispuesta a hacerse oír? Al menos, yo, no… y menos si se trata de ella…»
Reconoció Damián, tan sarcástico como siempre mientras le echaba una mirada de soslayo a Alba que iba a su lado ocupada en seguirle el paso. Se dio cuenta que, como siempre le ocurría, estaba yendo demasiado rápido. Pero eso era normal en él y más en esas calles, donde si te quedabas quieto un segundo corrías el riesgo de ser