Quizás, tensar las cuerdas un poco más, no fuera lo correcto. Al menos no por esa noche. Damián era realista y duro con esos detalles:
Apenas se conocían y él era un hipócrita al decir que solo quería salvarla de todo lo malo que pudiera ocurrirle en ese lugar. Sí realmente no tenía malas intenciones con ella ¿Por qué debería estar siendo tan vil como para jugar así de bajo?«¡Porque la condenada carne es débil y esta mocosa inexperta ya me puso a prueba lo suficiente como para no aprovechar el momento!¡Maldita sea!¡Al diablo con las cortesías!¡A la porra con las buenas costumbres!¡Seré sincero y que su Dios me juzgue!¿Qué va?»Se dijo así mismo perdiendo la paciencia ante sus propias inseguridades. A decir verdad, ambos habían tensado tanto las cosas que, si no ocurría nada en esa misma noche, eso era porque él hubiera decidido poner pies en polvorosa y cerrar el altillo con llave. Cosa que no ocurrió.—Sobre el sabor de los besos y sob«Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!»Eran las cuatro de la mañana. Aun así, el sonido estridente y acelerado de la máquina de escribir seguía llenando el aire en la pequeña y vieja boardilla. Como ya él mismo lo había previsto, Damián no pudo conseguir dormir ni siquiera un poco. Todo lo ocurrido en el día anterior lo atormentaba cada vez que intentaba cerrar los ojos y dormir.De modo que, cansado de dar vueltas en la cama, tener pesadillas vívidas y de sofocarse con sus propios pensamientos, terminó por decidirse a ponerse a trabajar en las cosas que le habían quedado pospuestas. Entre ellas, esa carta.«Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!»Se detuvo un momento para estirar los dedos agarra todos por el martilleo incesante de la máquina de escribir. Miró de soslayo a ese papel que había escrito con lo que Alba le había dictado.Suspiró, inquieto y con
Martha entró a la boardilla. Ya llevaba un poco más de una hora en la puerta observando en silencio como su ahijado se torturaba por quién sabe qué hubiera ocurrido.Caminó por el lugar, hasta llegar al lado de Damián. Se detuvo un momento, solo para observar como él seguía con la vista fija en la máquina de escribir.Se lo veía de pésimo humor. De pronto, con un resoplido, volvió a colocar las manos sobre las teclas y siguió con su trabajo. Por el sonido que hacía al escribir, a ella, no le cupo dudas de que él, no parecía de pésimo humor. Sino que, en efecto, lo estaba. Así pues, sin esperar ningún tipo de invitación, corrió la silla que se hallaba vacía al lado de él y se sentó. Ni aun así, teniéndola a su lado, Damián pareció reparar en su presencia. Esa indiferencia no la ofendía en absoluto ¿Por qué lo haría? Si sabía muy bien que, desde niño, él siempre había sido así. Y más aun, cuando algo lo fastidiaba o preocupaba.
—¿Y ahora qué quieres, Martha?— preguntó de malhumor sin apartar la vista de la máquina de escribir — Que sea rápido, por favor. Estoy ocupado.Martha se encogió de hombros sin inmutarse. Ya lo conocía lo suficiente como para saber con exactitud cómo tratarlo.—Solo he pasado a saludar antes de irme a dormir.— informó como si el asunto no fuera de importancia — Conociéndote, asumí que estarías despierto… después de esa intrigante visita…Decir aquello, fue todo lo que necesitó para dar rienda suelta a la vulnerabilidad de Damián. En silencio, vio apartarse un poco de la máquina de escribir, como si , milagrosamente, se hubiese olvidado de ella. Se lo podía notar demasiado cansado y preocupado por algo. Aunque por fuera ella aparentaba decinteres, por dentro comenzaba a sentir la urgencia de apurarlo para que se dejara de tanto misterio y soltara la sopa de una buena vez.Pero no dijo nada. Al contrario, esperó con paciencia a
Aunque le tuviera terror a las malditas ratas que solían meterse en aquella escalerilla que daba directo a las cocinas del último patio, prefirió entrar por ella. No tenía ánimos para tomar el camino más largo pero limpio.De modo que, cerrando los ojos y rogando a ese Dios que tanto detestaba por no encontrarse con ningún roedor, caminó por la bodega, con pasos ligeros. Desde el umbral de la entrada, vio que en la cocina solo se encontraba Alba, atizando el fuego y exprimiendo un par de limones. Tal lo visto, Martha ya había pasado por allí a hacer de las suyas. Eso era algo que se lo tendría que haber visto venir. Aunque, en amén a la verdad, seguía sin entender cuál era la importancia de ese condenado zumo. Se preguntó si, quizás, a Alba sí se lo hubiese dicho. Solo sería cuestión de aventurarse y preguntar. —Buenos días, señorita Bernal ¿Necesita ayuda con eso? — preguntó adelantando un par de pasos con una sonrisa afable.Al hacerlo, tuvo ocasión de sobra para ver como ella se
Por un momento Damián dudó ante las reacciones de Alba. Quizás, fuera la falta de experiencia al estar en presencia de mujeres como ella. Lo cierto era que no supo cómo reaccionar al instante. Por instinto y miedo de estropear las cosas, quiso echarse hacía atrás y darle algo de espacio. Pero al verla a los ojos, le faltó el coraje para hacerlo. Por un momento, si mente soñadora tuvo la idea de que, tal vez, aquel encuentro ya había sido escrito en los libros de la vida y que, lo más sensato, sería dejarse llevar.A fin de cuentas, si ella lo deseaba lo suficiente como para dejar el decoro instruido por las monjas ¿Quién diablos se creía él para resistirse? Si ya tenía bien sabido que también la deseaba. Estrechó su cintura con un solo brazo, ese cuerpo tan frágil entre sus manos era un placer imposible de negarse. Posando la otra mano en su mejilla, la detuvo, para acariciarle los labios con la yema de sus dedos y, de esa forma, saborear mejor el
En ese momento, caminaban por las calles de París, rumbo al mercado, cada uno llevaba dos canastas vacías. Donna María había decidido que, lo mejor sería que Alba hiciera las compras para ese día. Pero, claro, la muchacha no conocía el lugar. De modo que, al ver a Damián desocupado, como siempre, le pidió que la acompañase, alegando que no era correcto que una muchacha como ella anduviera sola por las calles.«Aunque, decir que me lo pidió con amabilidad… lo que se dice amabilidad, no fue. Pero ¿Ya qué? ¿Quién le puede decir que no a esa mujer cuando esgrime su legendario cucharón de madera dispuesta a hacerse oír? Al menos, yo, no… y menos si se trata de ella…»Reconoció Damián, tan sarcástico como siempre mientras le echaba una mirada de soslayo a Alba que iba a su lado ocupada en seguirle el paso. Se dio cuenta que, como siempre le ocurría, estaba yendo demasiado rápido. Pero eso era normal en él y más en esas calles, donde si te quedabas quieto un segundo corrías el riesgo de ser
Mientras pensaba en todo ese asunto, pasaron por una callejuela insignificante. Damián, por costumbre miró en esa dirección. Esa calle era el atajo que él solía utilizar para ir a ver a Marguy. Alzó una ceja, curioso, al darse cuenta de un detalle: Era la única manera que él tenía de hacerlo sin que nadie lo viera. Pues, por alguna razón que él desconocía, con excepción de Martha, a nadie le agradaba esa amistad que tenían. A Madame Lamere, menos que menos. Volvió a ver a Alba con un brillo suspicaz en los ojos que ella no percibió. —Señorita Bernal…— la llamó en un susurro todo inocencia.Al oírlo, Alba levantó la vista directo a él. No dijo nada, pero sus ojos le mostraron que tenía toda su atención. Además que también le hicieron notar que ella desconfiaba por su tono de voz. De modo que supo que tendría que actuar más rápido de lo esperado. —¿Le parecería que tomemos un atajo?— dijo y, sin esperar ninguna respuesta, agregó en lo que giraba hacia el callejón — Venga por aquí, po
—¡Ah, maldito seas, Damián!¿Qué jodidos crees que haces viniendo de esta forma sin avisar?— gritó histérica una joven rubicunda de cabello rubio y labios pintados.Damián no respondió, estaba más preocupado por ayudar a Alba a entrar por la ventana que de calmar a Marguy por el susto que le había dado al entrar en el balcón de esa forma tan fortuita. Además ¿Cuándo había sido que él hubiera avisado antes de llegar? Que su memoria no le fallaba, desde que Marguy se había independizado e ido a vivir allí, que él jamás había hecho tal cosa. La miró de soslayo, quizás, Martha tenía razón y, fuera de sus problemas, entre ellos, había mucho por hablar. —Digamos que… estaba caminando por la calle con la señorita Bernal, la nueva empleada en las cocinas de la casona, y, de pronto me pareció buena idea venir a visitar a mi vieja y querida amiga de la infancia, Marguy. A la que, dicho sea, considero como a la hermana mayor que nunca tuve…— explicó con una so