Kenneth.
Si me hubieran dicho que algún día viviría en un lugar como ahora, seguramente le habría dicho a esa persona que estaba jodidamente loca. Pero es una realidad. Ha pasado un mes desde “mi fallecimiento”, y puedo decir que nunca antes me había sentido tan triste y a la vez tan inspirado.
Vivo en un pequeño pueblo en Nueva Zelanda. Mi casa, a la orilla de un lago, es una especie de casa campestre pequeña, cálida y demasiado encantadora. Sus ventanas me regalan las mejores vistas naturales que he podido ver en mi vida. Y a veces, solo perder mi vista en los atardeceres, es lo único que calma mi ansiedad, y controla mis impulsos.
Pues cada vez que veo en mi laptop las imágenes en vídeo de mi amor, solo quiero y anhelo estar a su lado, viendo en full color cómo el fruto de nuestro amor crece cada día.
Doy gracias a Adolfo una vez más, al poner a mi disposición sus aliados en espionaje, con cámaras que pueden transmitir en vivo y directo en cada parte del mundo siempre y cuando haya