El mismo día
New York
Lance
—Eres un ingrato —dice entre risas—, te has olvidado de mí tan pronto. Te llamo para felicitarte y no contestas ni el celular, pero aun así te quiero… te amo.
El silencio posterior pesa más que la voz grabada. Levanto la vista y ahí está Karina, apoyada contra el marco de la puerta. Sus ojos me atraviesan, ardiendo de furia contenida. La mandíbula le tiembla, los labios apretados. Sé lo que viene. Va a estallar, con gritos y reproches, y nada de lo que diga ahora servirá para detener la tormenta.
—¡Es que soy una tonta! —grita, mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas—. ¿Cómo pude confiar en ti? ¡Eres un sinvergüenza, un mujeriego! ¡Te odio!
Doy un paso hacia ella, pero sus ojos me detienen. Siento la electricidad en el aire, una tensión casi física que me quita el aliento.
—Karina, déjame explicarte —susurro, acercándome despacio—. No es lo que crees…
—Rebecca tenía razón —llora, cubriéndose el rostro—. ¡Cómo pude ser tan ciega!
Mis manos buscan sus ho