La misma noche
New York
Cristina
Doy vueltas por la casa como si un huracán pequeño pasara por dentro de mí. Cada rincón me recuerda la tarde: los papeles, las miradas cruzadas, la posibilidad de sabotajes en los aviones. ¿Hasta dónde será capaz de llegar el viejo para destruirnos? La idea me aprieta el pecho. Necesito que Roger traiga buenas noticias; que su amigo del gobierno aparezca con algo sólido. Justo entonces oigo la llave en la cerradura: la puerta se abre.
—Llegaste —salto hacia él, y lo abrazo con más fuerza de la que debería.
Él me corresponde con un beso breve en los labios, la calma contenida en el gesto.
—Hola, nena. ¿Los niños ya duermen? —pregunta con la voz áspera de quien viene de la calle.
Asiento, recuperando aliento.
—Sí, los acosté hace un rato. Pero cuéntame: ¿tu amigo descubrió algo?
Roger deja el abrigo en la silla y se sienta frente a mí; sus manos se entrelazan con presiones que apenas disimulan la fatiga.
—Las cosas están complicadas —responde, la mirada e