El mismo día
New York
Lance
Mi esposa me sacó, contra mi voluntad, de la sala de juntas. Quería quedarme, seguir ahí y seguir partiéndole la cara al imbécil de Michael; la rabia me quemaba por dentro como un hierro al rojo. Ahora voy en el auto tratando de sofocar ese incendio; Karina conduce en silencio, la mandíbula apretada, las manos clavadas en el volante. Cada semáforo se me hace una eternidad.
Al llegar a la casa me detengo en la entrada. Lupe está en el recibidor; sus ojos se abren al verme, la sorpresa le dibuja el rostro.
—Joven, ¿qué le pasó? —pregunta, sin poder disimular el susto.
Karina actúa en automático, con esa mezcla de orden y ansiedad que saco tantas veces.
—Tuvo un accidente —responde—. ¿Dónde están los niños?
—Emma está viendo la televisión y el bebé duerme en la cuna —contesta Lupe, apresurándose a tranquilizarnos.
—Ocúpate de ellos —ordena Karina, con voz firme, sin admitir réplica—. Vamos, date una ducha.
Subimos las escaleras con pasos cortos, el eco del pasi