El mismo día
Londres
Williams
Me sirvo un vaso de whisky de las botellas de mi estudio, intentando calmar la tensión que recorre cada músculo de mi cuerpo. Brindo en silencio, murmurando para mí: “A tu salud, Martha. Espero que estés en el infierno”. La ironía me arranca una sonrisa amarga.
Minutos después, mi esposa anuncia que Harry ha llegado. Sus pasos apresurados resuenan en el pasillo, y no puedo evitar que el corazón me golpee el pecho con fuerza.
—Harry, amigo —exclamo, acercándome con una sonrisa forzada—. Vamos a celebrar nuestra victoria.
Pero la expresión de Harry rompe cualquier ilusión. Su rostro refleja culpa y preocupación, y mi sonrisa se quiebra al instante.
—Williams… lo siento, de verdad… —su voz vacila, llena de pesar.
—¿Qué hiciste, imbécil? —lo sujeto del cuello, mis ojos fijos en los suyos, buscando respuestas—. ¡Explícate ahora!
Harry traga saliva y desvía la mirada un instante antes de confesar:
—Lance cambió su auto con el de Martha… Tuvo un accidente mientra