El aire en la habitación del hospital se había vuelto denso, casi sólido, con la tensión que cortaba como la hoja del cuchillo que Rebecca sostenía contra la garganta de Anastasia. El Presidente de los Estados Unidos estaba paralizado y con miedo. Sus ojos, antes llenos de furia implacable por la búsqueda fallida de su enemiga, ahora reflejaban un terror puro y abyecto.
—Rebecca… ¿Qué… estás haciendo aquí?
El susurro de Vance era gutural, apenas audible por encima del zumbido de los monitores médicos. Rebecca no retiró el cuchillo. Su mirada, una mezcla de dolor, locura y una extraña devoción, se clavó en los ojos de Vance, ignorando la pregunta.
—Esperándote, Nathaniel, como siempre.
—¡Suelta ese cuchillo! ¡Estás loca! ¡Qué carajos quieres de mí!
Vance dio un paso tentativo hacia adelante, la desesperación creciendo en su voz, y Rebecca presionó más la garganta de Ana.
—A ti. Solo te quiero a ti. —La respuesta de Rebecca, dicha con una calma perturbadora, golpeó a Vance como un puñet