Capítulo — Caminos que se rozan
La tarde en Colonia caía con un cielo limpio y una brisa que olía a río y a historia. Las campanas de la Basílica Menor repicaban a lo lejos, y el murmullo de los turistas se mezclaba con el andar pausado de los locales. La ciudad parecía detenida en un tiempo propio, como si jugara con el destino de quienes la caminaban.
En una mesa frente a la plaza, Brisa y Alexia compartían una pizza con Alejandro. Alma y Gabriel habían salido a recorrer las calles empedradas, mientras el aire fresco de la noche se colaba entre las copas de los árboles.
—Ale, vos necesitás salir más —dijo Brisa, partiendo la pizza con gesto decidido—. Estás trabajando mucho, pero también tenés que distraerte.
—Eso mismo pienso yo —añadió Alexia—. Te vendría bien conocer a alguien, aunque sea charlar un rato distinto. Tenés veintiséis años, hermano, no podés vivir encerrado en proyectos y recuerdos.
Alejandro dejó el vaso sobre la mesa, con la mirada perdida en el reflejo de la