Capítulo: La Cuerda Floja
El teléfono del abogado sonó dos veces antes de que Alfredo Rosales respondiera con resignación. Era un oficial de la jefatura. El tono fue claro:
—Doctor, su defendido tiene una denuncia grave. Es urgente que lo localice. Si no aparece en las próximas horas, esto escala.
Colgó sin responder. Ya sabía. El expediente había llegado temprano a su escritorio, junto con una montaña de pruebas.
Pero Fabricio… Fabricio no atendía.
Intentó una vez más. El celular seguía apagado. Ni mensajes, ni llamadas, ni rastros. Así que se subió al auto y fue a buscarlo a donde sabía que, al menos antes, vivía.
La casa estaba igual que su dueño: abandonada.
Un cartel viejo de “Se Vende” colgaba torcido en el portón herrumbroso. El pasto había crecido tanto que tapaba la vereda. Algunas ventanas estaban rotas. La pintura se descascaraba como piel quemada por el sol. No se veía movimiento. Ni la camioneta. Ni señales de que alguien viviera ahí. Solo una casa fantasma.