"Turno de sombras"
El galpón olía a humedad y aceite viejo. Las luces parpadeaban de tanto en tanto, y en el silencio de la madrugada, hasta el crujido de una rata corriendo entre los pallets se sentía como un trueno.
Fabricio se sentó en la silla de hierro junto a la casilla de vigilancia y exhaló hondo.
12 a.m.Faltaban ocho malditas horas para salir.
El uniforme le picaba, el frío se le colaba por las costuras de la ropa barata, y sus párpados ya no aguantaban.
Hacía cinco días que no dormía más de tres horas seguidas. Durante el día tenía que presentarse en el hospital, seguir limpiando baños bajo la mirada vigilante de un policía. Después dormir un rato. Y a la medianoche, vigilar este cementerio de galpones como si fuera un soldado de élite.
—Si te dormís, te vas —le había dicho el jefe, un tal Mario Luján, con cara de bulldog y voz de trueno.
—Estoy bien —había respondido Fabricio, como siempre, con falsa confianza. Pero no estaba bien.
El lunes anterior tuvo que pedirle