Capítulo: El Derecho No Se Hereda, Se Gana
El sol de la tarde caía con una fuerza pegajosa, haciendo que la camisa celeste de Fabricio se pegara a su espalda sudada mientras salía del hospital. Llevaba los guantes de látex colgando del bolsillo trasero del pantalón gris y los zapatos gastados de tanto recorrer pasillos y fregar inodoros que olían a lejía y enfermedad. En su rostro se le notaba el cansancio, pero no era el de un hombre que trabaja duro, sino el de uno que arrastra el peso del desprecio, del orgullo herido.
Como cada tarde, dio la vuelta por el atajo que rodeaba el jardín cercano al hospital. Lo había descubierto gracias al abogado, que ingenuamente le había comentado que allí solía pasear el niño. Desde entonces, lo usaba como un acceso "accidental", como si no supiera que la tobillera tenía límites. Pero él ya había aprendido cuándo podía caminar lento, cuándo apurar el paso si la alarma empezaba a parpadear. Era su forma de burlar al sistema, de sentir que tenía el