Capítulo: La salida y la sombra
Las campanas repicaban con un ritmo festivo mientras las puertas de la iglesia se abrían de par en par, y la luz del mediodía se colaba como una bendición sobre las escalinatas. Alejandra y Damián salieron tomados de la mano, radiantes, acompañados por Alejandro, que iba entre ellos con una sonrisa desbordante y el moño ligeramente torcido, feliz como solo un niño puede estarlo cuando siente que todo a su alrededor está bien.
Los pétalos comenzaron a caer en el aire como si fueran bendiciones flotando; cada flor parecía tener su propio propósito, cada aplauso su propia carga de emoción. Las voces se alzaban entre gritos de alegría, risas, lágrimas contenidas y abrazos que esperaban desde hacía años.
Franco fue el primero en abrazar a su hija. La sostuvo como si aún fuera la niña que lo llamaba en las noches de miedo, pero también con el orgullo de un padre que sabe que su hija hoy se convierte en una mujer completa, plena, libre. Ana se acercó con un ra