Seis Horitas

Salomé rio conmigo y nos volvimos a besar. Cuando terminamos, se fue a seguir haciendo las cosas de la casa y yo me dispuse a prepararme para el trabajo. Sabía que todavía teníamos mucho de lo que hablar, pero no había por qué apurar las cosas. Si algo me había quedado claro esa mañana, era que Salomé estaba más que dispuestas a retomar el curso normal de nuestras vidas, y yo estaba más que preparado para ayudarla a conseguirlo.

Cuando terminé con lo mío, me uní a ella en sus tareas y terminamos pasando el resto de la mañana juntos hasta que llegó la hora de irme a trabajar. Sí, el resto de la mañana solos. El amigo de Salomé no sacó la cabeza de su habitación, cosa que me molestó bastante. No me interesaba verlo, pero al menos esperaba un poco de cortesía y educación con el hombre que lo estaba dejando quedar en su casa. De todas formas, ella tampoco pareció extrañar su presencia, así que tampoco hizo falta que le preguntase.

—Bueno, mi amor, ya me voy —le dije cuando volví al salón
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