Nuevamente, sentí los pasos acercarse rápidamente del otro lado de la puerta y detenerse justo delante.
—¿Sí? ¿Ya has terminado?
—Pasa, por favor —le pedí.
Entró con normalidad y sin esperarse la imagen que se encontró a continuación. Sobra decir que su cara era un poema.
—¡Lo siento! —reaccionó de golpe— No sabía que... —dijo, dándose la vuelta y buscando de nuevo la puerta.
—No. Quédate, por favor. No puedo hacerlo sola, me duele demasiado...
—¿Estás segura? Si quieres esperamos a que venga mi madre y...
—No. Hazlo tú, que no quiero perder el tren. Total, no vas a ver nada que no hayas visto antes... —sentencié.
Estaba rojo como un tomate. Estaba claro que no se esperaba semejante proposición por mi parte, y mucho menos luego de lo