—¿Mi culpa? —respondió, arqueando un poco las cejas.
—Sí.
—¿Mi culpa por qué?
—Bueno... me quitaste los pantalones de una forma que... —dije entonces, dejándola ahí botando.
—¿De qué forma? De la única forma que podía. Me dijiste que estabas cansado y te hice el favor.
—De la única forma que podías no... Seguramente te sabías alguna en la que no tuviera que restregarme el higo por toda la pierna.
Con eso y un tomate, directos al combate. Al carajo las ganas de dormir. Si Cecilia quería guerra, guerra iba a tener. Si resultaba que sólo me estaba vacilando de nuevo, bueno, una nueva derrota para mi historial que no me iba a cambiar nada la vida. Ahora, si Cecilia pensaba avanzar hasta que no hubiera vuelta atrás...
«Cobarde».
Esa semisonrisa en su cara me decía que, igual, ya había puesto el pie en el acelerador y no pensaba sacarlo de ahí. Se arrodilló en la cama y se acercó a mí.
—¿Perdona? ¿Cuándo te he restregado nada yo? —me preguntó, pasados unos segundos, con una falsa indignació