No le respondí. Me estaba quedando alucinada con lo que estaba oyendo. El niñato tenía respuestas para todo. Como si estuviera predijendo todo lo que le estaba diciendo. Y seguía sin saber qué pensar. ¿En realidad era más listo de lo que parecía? ¿Nos tenía engañados a todos? ¿O era sólo que era tímido y, como había cogido confianza conmigo, se había soltado? Entendía que tenía 17 años y que, a su edad, por más problemas que pudiera tener, ya estaba comenzando a desarrollar ciertas necesidades. Pero es que a mí me pagaban para enseñarle un poco de matemáticas y lengua, no para guiarlo y mostrarle cómo se debe tratar a las personas. Sea como fuere, traté de mantener la calma e intenté manejar el asunto como una adulta que era.
—A ver, Guillermo —respiré—, sabes que no está bien eso de ir diciéndole a las mujeres que quieres tocar sus pechos, ¿no? —le dije lo más serena que pude.
—¿Por qué me hablas como a un niño?
—No, cállate y déjame hablar. Quizás, como... —tragué saliva— como no ha