18:00 hs. - Casa de Ramón Cerro.
El hombre estaba sentado en el sillón de su casa. Veía la tele mientras su mujer le trataba las heridas provocadas por la paliza que le habían dado unos miembros de la banda de narcos con la que colaboraba. Cada tanto, cerraba los ojos con fuerza para retener las lágrimas de dolor que le brotaban sin remedio.
—Déjame un rato, Brenda... Tengo que hacer unas llamadas.
No quería que su mujer se viera involucrada también en sus problemas. Y tampoco quería que lo viera llorar. Ya que esas lágrimas no sólo eran de dolor... El hombre sentía que todo lo que había logrado en su vida se estaba a punto de derrumbar. Había querido ayudar a aquél muchacho que se había metido en problemas, en parte, por culpa suya. Pero no entendía por qué las cosas habían resultado así, si no existía nadie más cuidadoso que él. ¿Qué se le había escapado?
—¿Samuel?
—Dime, Cerro, ¿qué necesitas? —se escuchó al otro lado del teléfono. Se notaba que la voz pertenecía a un hombre de raz