—Fui sincero en todo lo que te dije —prosiguió, sin hacerme caso—. No tenía ganas de volver al instituto. Ninguna, cero. Ese examen de ayer me daba completamente igual. Pero tú me prometiste algo a cambio si lo aprobaba, así que me esmeré lo máximo posible. Cuando estaba en ese salón y me dieron la hoja del examen, te juro que mi optimismo era nulo. Leí la primera pregunta y, para mi sorpresa, la respondí. Leí la siguiente, lo mismo. Creí que era suerte. La siguiente, también pude contestarla. Hasta que llegó un momento en el que mi mano ya prácticamente se movía sola. Salomé, llené ese papel por delante y por detrás gracias a ti, no porque ya lo supiera todo de antemano —concluyó.
Había tanta contundencia en su forma de hablar que me resultó imposible no creerle. El énfasis impuesto en esas palabras,