El día de Astrid

Mis pasos eran lentos, vacilantes. Sentía como mi pecho no dejaba pasar aire. Miraba a mí alrededor. Todos me observaban tan sorprendidos como yo misma. Santos desde el altar lucía muy triste. Todos, el resto de las personas de cada lado en las hileras de la iglesia, me miraban con diferentes expresiones. ¿Tu Virginia? Se preguntaban, hasta yo me lo preguntaba, mis pies pisaban una mezcla espesa y pastosa, y mis ojos entonces se encontraron con los de Santos envueltos en pecas. Desperté.

Estaba a oscuras en la  habitación. Apenas si escuchaba a Milagros respirar. Sudaba, estaba aterrorizada.

–¡Arriba, arriba, despierten todos, hoy me caso!

Pocas veces podíamos escuchar tanta alegría en la voz de Astrid. De modo que Milagros y yo saltamos de la cama. Tuve que hacer un gran esfuerzo, no sé a qué hora me dormiría después de ese horrible sueño tan repetitivo.

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