Merece la pena

El golpe de la puerta me obligó a brincar de la silla mecedora junto a la cuna.

–¿Dónde está mi hija? ¿Quiero verla!

Santos. Borracho. Como llevaba ya varios días desde que Astrid muriera.

Como una presa acorralada, miré en todas direcciones de la habitación. Decorada con tanta paz, con colores tenues y tiernos que se parecían mucho a la pequeña bebé que dormía a placer boca abajo, dentro de la cuna.

–Astrid…¿dónde está mi hija? –Gritó desde no sé qué lugar y supe que se acercaba, porque arrastraba los pies. –¡Alguien responda!

Decidí salir al pasillo. Lo encontré parado frente a la puerta de su cuarto, mirando la cama vacía. Su cuarto vacío, su casa solitaria y sin la persona que solía esperarlo cada tarde y despertar con él cada mañana. &

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