Pero esa forma de pensar poco a poco, según la rapidez con la que Alessandro metia y sacaba la punta, aumentando gradualmente la presión y fuerza, dilátandolo, fue esfumándose, hasta que de forma natural, no existió nada que no fuera la constante expectativa de cuándo sería el momento en que Alessandro decidiera meterlo todo una vez por todas.
Aunque no pasó, por lo menos no tan rápido.
Ya que, incluso si Alessandro moría de ganas, la visión hipnotizante que tenía al frente se lo impidió. Porque le gustaba: su pene contrayéndose mientras liberaba chorros y chorros de liquido preseminal, humedeciendo la entrada de Enzo mientras este, al sentir el líquido caliente y espeso se contraía también, llenándose de espasmos orgásmicos, provocando una imagen obscena, erótica difícil de ignorar.
Pero estaba cerca del borde y a menos que quisiera empezar desde el inicio, tenía que apresurarse, apresurarse aún más de lo que había hecho hasta ese punto.
No quería lastimar a Enzo, pero tampoco podía