La mansión Moretti se erguía silenciosa en medio de la noche, tan majestuosa como siniestra. Aquel lugar había sido el hogar de Matteo durante toda su infancia y adolescencia, pero también el escenario de sus peores recuerdos. Cada rincón de esos pasillos guardaba ecos de gritos, discusiones, llantos y el vacío que dejó la muerte de su madre. Había huido de esa casa buscando un nuevo destino, uno que encontró junto a Jin, su refugio y amor verdadero. Y ahora, el destino lo obligaba a volver.
Avanzó con pasos cautelosos hasta las rejas principales. Lo primero que le extrañó fue no encontrar a los hombres de Alessandro montando guardia en la entrada. Siempre había al menos dos o tres vigilantes en esa zona, fumando y bromeando, pero esa noche no había ni un alma. El aire se sentía denso, cargado de un silencio artificial.
Matteo tragó saliva.
—Maldita sea… —susurró con el ceño fruncido, y retrocedió unos pasos.
Metió la mano en el bolsillo y sacó el teléfono. Los dedos le temblaban, per