Episodio 24

James caminaba de un lado a otro, la respiración agitada, el rostro enrojecido de rabia y las venas del cuello tensas como cuerdas a punto de reventar. Entre sus manos llevaba un papel, una notificación oficial marcada con sellos y firmas que no lograba ver con claridad por la furia que le nublaba la vista. Sus dedos lo apretaban tanto que lo arrugó hasta volverlo un amasijo insignificante.

—¡Hijo de perra! ¡Maldito infeliz! —rugió golpeando el escritorio con el puño, una y otra vez, hasta que los nudillos se tiñeron de rojo. Los objetos sobre la mesa —plumas, carpetas, vasos— fueron cayendo al suelo entre el estrépito de madera y vidrio, esparcidos como restos de una tormenta.

Las puertas se abrieron de golpe y Sean apareció en el umbral. Sus ojos recorrieron la escena: el despacho desordenado, papeles en el piso, y a su esposo en el centro, dominado por una furia que pocas veces había visto en él.

—James… ¿qué es lo que sucede? —preguntó con voz tensa, sin atreverse aún a acercarse,
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