Gracia
—¿Quién es él y qué hace aquí? —Esteban se acercó a mí con paso amenazante y me agarró el brazo con brusquedad.
Con fuerza, me incorporó en la cama y me sacudió violentamente. —¿Es el padre del bastardo que perdiste?
—¿Qué? —Se me endureció el corazón.
—Planeabas endosarme a ese niño, ¿verdad? ¡Pero eres una tonta si crees que voy a creer que esperabas un hijo mío, después de que todo el mundo vio qué clase de mujer eres! —Se rio sin humor. —¡Qué bueno que se murió ese bastardo!
¡Plas!
Le di una bofetada. Sus ojos mostraron confusión antes de que la ira se apoderara de él.
—¿Cómo te atre...?
—¡Llama a mi hijo así una vez más y te mato, Esteban Calderón! ¡Te voy a pisotear y te voy a enseñar lo que pasa cuando te metes con mi bebé! —Lo interrumpí gritando, apuntándolo con el dedo tembloroso.
Quería lastimarlo tanto que me picaban las manos mientras él me miraba desde arriba, con la confusión aún reflejada en sus ojos.
—Tú...
—¡Cállate! —Chillé, golpeándole el pecho con los puños. —¡Cierra tu estúpida boca, Esteban! Eres un tonto, un idiota que le creyó a esa perra de Lucía y mató a tu hijo. ¡Idiota!
Me agarró las manos y me las empujó hacia los costados con fuerza. —¿Qué dijiste?
Le devolví la mirada, igual de llena de odio que él. —¡Ya sabes qué dije! ¡Te la mereces! Un hombre sin corazón como tú se merece a una perra manipuladora como ella, hacen buena pareja. Espero que te chupe hasta dejarte seco y te deje morir en la calle.
—¡No te atrevas a insultar a Lucía! ¡Es tu hermana! ¿Cómo puedes faltarle el respeto así? —Esteban se veía conflictuado, su voz traicionaba su shock.
No debió haber esperado que le respondiera así. Sabía que esperaba que llorara y le suplicara que creyera que el bebé era suyo.
¡Qué irónico!
Toda mi devoción se fue al carajo después de que vio unas cuantas fotos manipuladas, pero ya ni me sorprendía.
Lo que sí me sorprendió fue que... ya había terminado. No sentí nada al verlo ahora, pero un recuerdo no paraba de dar vueltas en mi cabeza.
Él me empujó, causó el aborto y me dejó para morir.
Susurré entre dientes apretados. —¿Hermana?
—Gracia...
—Ella ya no es nada para mí. Y tú, Esteban Calderón, ¡tampoco eres nada! ¡Felicidades, lo lograste! Te odio, te odio con cada fibra de mi ser. Tráeme los papeles de divorcio ahora mismo para poder liberarme de una escoria como tú. —Liberé mis manos de las suyas frías y lo empujé por el pecho.
—¿Vas a firmar el divorcio? —Le temblaban los ojos. —¿Es un truco para que cambie de opinión?
No pude evitar reírme. Él quería el divorcio antes, pero ahora, en lugar de correr a buscarlo, ¿me preguntaba si estaba bromeando? ¡Qué idiota!
—Mataste a tu hijo, Esteban. —susurré, mientras el dolor volvía a estallar en mi corazón. —Tu hijo, ¿entiendes, hombre estúpido? Después de lo que hiciste, ¿crees que quiero tener algo que ver contigo?
—Lo que pasó fue desafortunado, Graci. Pero ya no culpes más a Esteban, por favor. Fue mi culpa. —Lucía entró corriendo al cuarto y agarró el brazo de Esteban. —Además, te acostaste con tantos hombres... ¿cómo podemos estar seguros de que era hijo de Esteban?
—Sí, es tu culpa, así que ve a llorar a otra parte. ¡Saca tu cara asquerosa de mi vista! —Le grité, ganándome una mirada de shock de su parte.
Ella tampoco debió haber esperado eso, pero debería saberlo. Esa vez, lo lograron. Ahora, la Graci que conocían murió junto con el hijo que ellos asesinaron.
No soportaba su cara repulsiva e instintivamente, agarro el florero de la mesa de noche y se lo lancé.
Como era de esperarse, Esteban se puso enfrente de ella. El florero le pegó en la espalda y se hizo pedazos, por lo que hizo una mueca. Ahora sabía lo que se sentía que le pegaran con un florero.
—¡¿Cómo te atreves, Gracia?! ¿Has perdido la cabeza? —Rugió Esteban, perdiendo su calma habitual.
—¿Perdido la cabeza? —Me reí sin humor. —¡Déjame enseñarte lo que es perder la cabeza!
Empujé las cobijas y salté de la cama. No me importaba el dolor, les iba a enseñar lo que era burlarse de una madre destrozada.
¿Creían que podían mostrar sus caras orgullosamente después de engañarme a mis espaldas, matar a mi hijo y arruinar mi vida? Estaban viviendo en un sueño y era hora de despertarlos.
Agarré la bandeja de la mesa de noche y se las lancé. Lucía gritó y corrió como loca mientras Esteban entendía los brazos enfrente de ella para protegerla.
—¡Gracia!
—¡Qué héroe eres! Pero cuando tu bebé se estaba muriendo, ¿dónde estabas? —Chillé, agarrando otras cosas.
Solo veía rojo mientras les lanzaba una cosa tras otra. Esteban gritaba y Lucía lloraba, pero no podía parar, quería arruinarlos, necesitaba algo que detuviera ese dolor en mi corazón, esa sensación de pérdida que parecía aferrarse a todo mi ser.
Esteban apretó los dientes y se acercó a mí enojado. Su mano me agarró la mandíbula como hizo el día anterior y casi me la rompió.
Sin embargo, en lugar de aguantármela como él esperaba, le di otra cachetada. Su cara se volteó hacia un lado y la confusión se convirtió en horror total.
—¿Crees que estoy loca? —me reí cruelmente. —Déjame enseñarte claramente, Esteban.
Sus brazos trataron de detenerme, pero mi odio no tenía límites. Le arañé la cara, el cuello y lo golpeé donde podía alcanzar.
—¿Qué le están haciendo a la paciente? —Un doctor entró corriendo, tratando de separarnos.
Las enfermeras también tuvieron que entrar para detenerme mientras pateaba y golpeaba al desgraciado.
—Cálmese, señorita, o tendremos que sedarla. —Me advierte el doctor.
Me tranquilicé y les lancé una mirada furiosa a sus caras horrorizadas. —Ahora saben cómo se ve estar loca, pero no se sorprendan todavía. Después de hoy, van a tener una introducción completa. ¡Cada vez que aparezcan con sus caras feas enfrente de mí, voy a tratar de destrozarlos!
Lucía tembló y se aferró al costado de Esteban. Él parecía como si hubiera estado en una guerra; su cara estaba ensangrentada, al igual que su cuello y sus manos.
Su dolor me satisfacía, pero sabía que no podía traer de vuelta a mi bebé. Nada podía hacer que eso pasara. Me temblaban las manos mientras pensaba en la realidad y las lágrimas empezaron a acumularse en mis ojos otra vez.
—Qué escena tan emocionante. —Comentó una voz ronca desde el fondo.
Me había olvidado de Tristán, así que me liberé de la enfermera e inhalé profundo para calmarme.
—Señor Rivera...
—Tristán. —Jadeó Lucía, su cara era una máscara de terror.
—No has cambiado nada, Lucía. —La voz de Tristán era hielo puro.
—Tú... ¿qué estás...? —La mirada de Lucía iba de él a mí.
—¿Lo conoces? —Esteban frunció el ceño.
—Él... solo es alguien que conozco. —Lucía tragó saliva.
—Ahora te niegas a reconocerme. Eso me hace sentir triste, cuñada. —Tarareó Tristán, dejándome totalmente conmocionada.