—No puedes, aunque quieras —murmuró Tristán, volviendo a encontrar mi mirada—. Pero yo sí puedo. Tengo mis métodos para hacer que la gente hable. Y ella hablará si logro ponerle las manos encima.
Mis dedos se aferraron con fuerza del tenedor. Sus métodos no podían ser precisamente humanitarios.
—¿Qué te lo impide? —pregunté, sorprendida de lo tranquila que sonaba.
¿Por qué no estaba huyendo en ese mismo momento?
—Acabar con Lucía Navarro y el resto de los Navarro es fácil —dijo él, con voz fría y calculadora.
Se me cortó la respiración. —¿Entonces acabar conmigo también te resulta fácil?
Las manos de Tristán se congelaron. Levantó la cabeza y lentamente, sus ojos se volvieron gentiles y reflexivos.
—Acabar contigo como una Navarro o como una Calderón siempre ha sido fácil, Gracia —me respondió con total honestidad.
Asentí, encontrando atractiva su sinceridad. —Entonces, ¿por qué...?
—Porque no quiero hacerlo —suspiró Tristán, tomando un poco de arroz—. Y me resulta extraordinariamente