Gracia
—¡Quita las manos de mi esposa! —Rugió Esteban, agarrándome el brazo otra vez.
Salí del trance y me alejé de Tristán, solo para que Esteban casi me arrastrara de vuelta a su lado. Su agarre era cruel, diseñado para lastimarme el brazo y dejar moretones. Traté de liberarme, pero no me soltó.
—Señora Calderón... —uno de los policías mayores se acercó, frunciendo el ceño—. ¿Usted llamó para reportar un secuestro? ¿La tienen aquí contra su voluntad?
—¿Secuestro? —Bufó Esteban—. Es mi esposa.
—Si no me tienes aquí por la fuerza, no te importará que me vaya, ¿verdad? —Le lancé una mirada fría por encima del hombro.
Sus ojos destilaban una animosidad dirigida únicamente hacia mí, pero apreté la mandíbula, sosteniendo su mirada.
"Ódiame todo lo que quieras. Aún así, no será suficiente para igualar el odio que te tengo, Esteban."
Se sintió como un duelo entre nosotros. Las personas parecieron desvanecerse en el fondo mientras nos fulminábamos con la mirada.
Entendía por qué lo odiaba, pe