48. Entre líneas y silencios

Hasta las almas más perdidas pueden soñar con la paz, si alguien logra tocarlas de verdad.

El reloj marcaba las cinco de la tarde cuando Giulia llegó a la oficina de Valentina. El edificio era modesto, casi anónimo, perdido entre cafés y tiendas familiares del centro de Roma. A pesar de su tamaño reducido, la oficina ya olía a tinta, a café fuerte y al leve desorden de papeles que siempre seguía a su prima.

Giulia subió las escaleras con paso ágil, llevando en sus manos una bolsa de papel de la panadería de la esquina. Al entrar, encontró a Valentina frente a la computadora, el ceño fruncido, los dedos golpeando el teclado con la velocidad de quien teme perder una idea si no la atrapa de inmediato.

-- Te traje un salvavidas -- anunció Giulia, dejando la bolsa sobre el escritorio. -- Sándwiches de mozzarella y tomate, y cannoli de pistacho.

Valentina levantó la vista, agotada pero agradecida.

-- Eres un ángel, Giulia. Llevaba horas sin comer nada.

-- Ya lo sé, por eso vengo a rescatart
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