Cuarenta y cuatro.

Violet se quedó mirándolo sin decir nada, él acunó sus mejillas en sus manos y volvió a besarla.

—Lo siento, es que no puedo controlarme, Violet, sus labios, son tan provocativos, me incitan al pecado —rozó con suavidad los mismos usando su pulgar—. Dígame que sí, Violet.

Acarició sus mejillas y miró a donde estaba Salomé. Pensó en ella, pues antes de ser mujer prefería ser madre, aunque era el padre y sabía los celosos que ambos eran, ella tenía la necesidad de saber que su hija estaría bien, ante todo, incluso ante su propia felicidad.

—Ella estará de acuerdo, no creo que se ponga celosa de su madre, Violet, se que a ella le encantará tanto como a mí que estemos juntos, que seamos una familia, no debe preocuparse por nuestra hija, estaremos bien, sé que le encantará esto, que sus padres estén juntos.

—Es tan tóxica como el padre, ya me ha alejado, pero sí, Ignacio, podemos intentarlo. No solo porque sé que será bueno para nuestra hija, porque me gusta Ignacio, sino porque de verdad
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