44. Perdí la partida, me he enamorado como un tonto de ti
Salomé se mostró muy complacida cuando le comentó que ella y su papi saldrían a dar un paseo juntos y solos. En seguida, la muñequita de ojos bicolores comenzó a dar brinquitos de alegría por toda la habitación y prometió ser una niña buena con Indiana y Eduarda, quienes serían las encargadas directas de cuidarla en su ausencia.
Minutos más tarde, bajó las escaleras; él ya llevaba un rato en el punto de encuentro, ansioso y nervioso a partes iguales. Al girarse, la vio, y de inmediato, su pulso trepidó.
Lucía increíblemente preciosa, como siempre.
Ella sonrió feliz al verlo; era un hombre guapísimo.
— Hola — musitó, con sus ojos clavados en los suyos.
— Hola — respondió él, desviando la mirada hasta sus labios; se le antojaban muchísimo ese día — ¿Estás lista?
— Sí — dijo ella, con gesto ávido, embelesada con todo de él.
— Bien, vamos — con una mano en su espalda baja, la guio con mucho cuidado hasta el asiento copiloto de una de las camionetas, pues su pie todavía flaqueaba un poco.