Moviéndose con ligereza felina, Johannes dejó su habitación y siguió al intruso. Aquella silueta, etérea como una sombra, le pareció inconfundible por su delgadez. Llegó a la cocina y confirmó sus sospechas. Ella estaba buscando algo en la alacena.
—¡Estefanía!
Su primer impulso fue ir a abrazarla, pero ella alzó una mano en su dirección, frenándolo.
—¿Cuándo regresaste?
—No lo sé... Me desperté porque tenía hambre.
—Entonces déjame prepararte algo —dijo, encendiendo la luz y pudiendo verla.
Tenía el rostro con varios moretones, la ceja izquierda partida y los labios hinchados. El resto de su cuerpo lo cubría el pijama y no se enteró de más.
—¿Estás herida? —preguntó mientras sacaba el recipiente con cereal.
—No —dijo ella, pero hizo una mueca de dolor al sentarse.
Johannes asintió, más presionado que nunca. Cada cosa que hiciera o dijera debía ser meticulosamente precisa para no desequilibrarla más de lo que ya estaba.
—¿Leche de almendras?
—Sí, por favor.
—¿Arándanos?
Estefan