El estilizado zapato de gamuza, cuyo tacón se clavaba en el pecho de Johannes, era del mismo modelo que le había visto usar a Sheily la última vez. Una exquisita pieza que había ido a comprar él mismo, esas cosas no podían encargársele a alguien más.
—Eres un perro repugnante. ¿Te gusta que te pise, perro? Claro que te gusta, mira lo duro que estás.
Johannes cerró los ojos, absorbiendo el delicioso dolor del zapato presionando su miembro. Una corriente eléctrica lo recorrió y soltó un alarido cuando el tacón se le clavó en medio de los testículos.
—No te he dado permiso para quejarte —ella se alejó y el sonido de sus tacones la siguió hasta su bolso, del que sacó una fusta.
Le descargó una serie de golpes en la espalda, brazos, piernas, pecho, que él aguantó, con la mandíbula apretada. Al levantarle el mentón, ella vio sus ojos llororosos y no supo si se debía al dolor o a la desesperada excitación que lo poseía. Tampoco le importaba, tenía una cena en casa de su suegra y la petición