Estefanía Vargas fue la primera en llegar a la entrevista de trabajo, con su mejor traje y sus esfuerzos por disimular su cara de recién egresada.
Apesadumbrada, vio el desfile de modas del resto de postulantes al cargo de secretaria, todas sobre el metro setenta, cinturas de avispa, esbeltas y con maquillaje impecable, nada más distinto a su realidad.
Entre tanta perfección y belleza se sintió como un patito feo y lamentó aquello. Los tiempos de sentir que no encajaba se habían quedado en la adolescencia, pero a veces podía oír a sus fantasmas susurrándole al oído: cuando se miraba al espejo, cuando buscaba una talla de ropa que le quedara o cada vez que se subía a la balanza.
Llegó su turno de entrar y no importó que manejara tres idiomas o la prestigiosa institución educativa de la que había egresado, ella no se había hecho la manicure y la entrevistadora ya ni la miraba.
—Te llamaremos si resultas elegida —le dijo, con una sonrisa fingida mientras dejaba su currículum con